domingo, 9 de septiembre de 2007

Documento II para Evaluación Solemne

LA REVELACIÓN

La fe cristiana se sustenta sobre una verdad que no es tomada de la razón o del descubrimiento de alguna información secreta; sino que se desarrolla a partir de una información que proviene de afuera de lo humano, es un dato dado por Dios mismo. Esta información es un dato de la Fe, que es revelada por Dios mismo al ser humano a través de un camino de salvación (Catecismo de la Iglesia Católica, 50 al 133).


CONCEPTO DE REVELACIÓN

Revelar (del latín “revelare”: correr el velo) es un proceso de comunicación de Dios al hombre y se realiza por iniciativa divina. Es “placuit Deo” un querer de Dios. En la revelación encontramos un designio amoroso de Dios, pues el hombre no podría nunca alcanzar el conocimiento divino.

Esta revelación tiene un doble contenido:

a) Lo que Dios es.
b) La manifestación del querer de Dios (Voluntad de Dios).

Dios en la revelación se manifiesta a sí mismo, y muestra lo que el hombre debe realizar en libertad para alcanzar la plenitud: la trascendencia. Pues la plenitud de Dios se encuentra en Dios mismo. Las respuestas a las más hondas interrogantes del ser humano están en Dios mismo, pues él es el único que tiene existencia y plenitud en sí mismo. La Revelación es “autocomunicación Divina”. El motivo de este proceso se inscribe en un acto de su propia voluntad divina. No es una obligación o una condición necesaria para Dios, es un acto libre, movido por el amor (Dei Verbum, 2).

La revelación es una autodonación, pues, al comunicarse, Dios sale de sí y se entrega en un acto libre. Esto es precisamente el amor, un acto de donación del ser libre y total. El deseo de Dios es que su creatura participe de su propia vida divina. El hombre ha sido creado para Dios y su ser no tendrá reposo hasta no encontrarse en el seno de Dios mismo.

Podemos comprender la Revelación como un camino de encuentro de planificación del hombre en aquél sentido absoluto, puede colmar sus ansias de eternidad. El ser humano no es divino, pero tiene el sello de su artesano, y tiende hacia Él, naturalmente. A este impulso de infinito que Dios ha puesto en el alma, sale Dios mismo como un padre al encuentro del hombre. A diferencia de la concepción aristotélica y platónica de Dios, el Dios cristiano sale al encuentro de su creatura por amor. Y en este encuentro le revela quién es y lo que el hombre libremente debe realizar para llegar a la plenitud de su existencia que es Él mismo.


CARACTERÍSTICAS DE LA REVELACIÓN

1. Es un proceso pedagógico.

La revelación es un proceso que va en un crecimiento de contenido. Se inicia con la misma. Ya en la Creación Dios revela su motivación. La Creación es testimonio de la voluntad de amor por parte de Dios. La Creación no es un acto de comprobación del poder de Dios ni la necesaria creación de seres que lo sirvan y lo alaben. Dios que es plenitud y existencia única, no necesita de estos elementos para ser Dios. Es, propiamente tal, un acto libre de donación en su acción creadora y es un acto de amor en la revelación de su propio ser a la creatura. No se desentiende de lo que ha brotado de sus manos creadoras.

Este proceso iniciado en el mismo momento de la Creación es progresivo, y en escala humana, y respetando el proceso del propio desarrollo del hombre, Dios va manifestando su querer y su persona. Por ello que podemos decir que Dios actúa con una especial pedagogía que nos va estimulando progresiva y permanentemente al hombre. Este proceso tiene su plenitud en Cristo, que es la palabra total que revela plenamente su querer salvífico y su propio ser (San Irineo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: “El verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo de Hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre”, Contra los Herejes 3, 20, 2).


2. Se realiza en lenguaje humano.

En la Revelación Dios habla como un amigo (“amicus allquitur”. Dei Verbum,2) y esta invitación se desarrolla siguiendo el lenguaje humano. Dios se “abaja” para hablar la lengua de los hombres; y en la lengua de la simbología humana le muestra su rostro y su voluntad. Así, Dios habla con palabras y hechos, íntimamente entrelazados. Las palabras explican los hechos y clarifican el misterio contenido en los hechos (El término “misterio”, mysterion – mysterium, en la teología no se usa en relación a lo extraño, esotérico o incomprensible; sino a aquello que está ligado a la experiencia de Dios, que es comprendida, en parte, quedando siempre muchos aspectos que no se logran totalmente comprender. Así, el querer de Dios y su propia persona se va expresando en un lenguaje que sobrepasa el lenguaje teórico racional, y también entra en el lenguaje de la simbología que le permite expresar más allá de lo que puede comprender con las palabras. En este lenguaje se inscribe la liturgia)

En esta dinámica de comunicación en lenguaje humano, Dios va plenificando el desarrollo del espíritu humano. Por ello que si bien, por parte de Dios, el proceso de la Revelación se ha completado con Jesucristo, por parte del hombre su comprensión aún no acaba, pues continuamos en una dinámica de crecimiento y plenificación.

Este proceso de Revelación ha quedado expresado en el conjunto del lenguaje humano, de allí que para entrar en lo profundo de la revelación se hace siempre muy necesario poder comprender la simbología y las características históricas del lenguaje, sus contextos y matices expresivos.


3. Es personal y comunitario.

Este proceso de la Revelación se desarrolla en un encuentro personal. Dios se acerca al conjunto humano, pero no desconoce su individualidad. Así, Dios forma un pueblo para realizar el camino pedagógico de la Revelación, sin embargo, a la vez, entra en contacto personal con cada sujeto del Pueblo Elegido (Es interesante ver cómo en el proceso de la formación del Pueblo Elegido, Israel, Dios entra en relación personal con Abraham, Isaac, Jacob. Esto será una constante: Moisés, Josué, Samuel, David, etc. Esto resulta muy interesante de observar, pues en otras religiones antiguas, si bien hay testimonios de vínculos personales de sujetos con Dios (reyes, faraones, sacerdotes) no tiene la matriz de lo constante como se puede ver en Israel. Cfr: Gn 12-50; I Samuel 2; I Reyes 11; etc. Dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, N° 3 “Dios creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas y, queriendo abrir un camino de salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”).

Este es el modo propio de Dios que entra en relación personal con el creyente a través de una relación dialogal. Dios dialoga como un amigo, como un maestro y como señor. En este modo de preceder hay de manifiesto una especial condescendencia de Dios hacia el hombre. Es estable una comunicación donde el hombre es invitado desde sí y se autocomprende desde la relación dialogante con el Creador.

Podemos afirmar que en esta comunicación dialogal, el hombre comprende el sentido de su propia existencia, se autocomprende y comprende se rol en la Creación y en la comunidad humana.


4. Es histórica.

La Revelación tiene la importante característica de ser histórica. Este proceso de automanifestación de Dios en lo que es y en su voluntad se realiza en el devenir del tiempo; y esto implica espacio, tiempo y libertad humana. De esta forma la historia es el lugar donde ocurre, donde se manifiesta el contenido y la prueba del mismo. Así, como dijimos que la Revelación se expresa en lenguaje humano, también se produce en el escenario humano. No es metahistórica (Los relatos mitológicos tienen la estructura de la metahistoria, se produce en un tiempo primordial, pero que no tienen la cronología del tiempo histórico. Estos relatos mitológicos son formas de comprensión de la realidad, pero no tienen enclave en el tiempo cronológico humano, sino en la experiencia de un tiempo del alma. El cristianismo no sólo posee el tiempo del alma; sino que tiene su raíz en la experiencia de la presencia histórica de Dios y esto es culmen en Dios hecho carne, Jesucristo), sino temporal. Dios se muestra en el escenario de lo que el hombre hace y piensa. De esta forma las coordenadas históricas afectan a la Revelación. Dios se somete a la modulación del proceso histórico humano. Así la constitución del pueblo de revelación ocurre en un tiempo, lugar y cultura propia. Lo que Dios quiera decir quedará expresado en esta codificación propia.

Es la historia humana el lugar de la epifanía o manifestación divina. La historia contiene esta manifestación, pero no toda la historia es manifestación de la revelación divina. La plenitud del tiempo se encuentra en la máxima manifestación de la revelación de Dios: el Verbo hecho carne, Jesucristo (Gal 4,4). Entonces, la historia humana se entreteje con el proyecto de revelación salvífica que tiene Dios para el hombre. Es la historia el lugar del discernimiento hermenéutico para descubrir el querer de Dios.


5. Su plenitud es Jesucristo

La centralidad de la Revelación y la plenitud de ella se encuentra en Cristo, el Mesías. La encarnación de Cristo, la segunda persona de la Trinidad divina, es el Logos o la Palabra Eterna de Dios. Dios se comunica con máxima plenitud cuando el Verbo o Logos se encarna en el vientre de María de Nazaret, la Virgen Madre. Es en Cristo hecho carne, Cristo Jesús, cuando Dios llega a la plenitud de su autodonación. En Él revelará su propia persona: Dios hecho carne y su voluntad, la Salvación. Dios Padre en su Verbo lo dijo todo. Ahora, si bien la Revelación está completa en Cristo, no está completamente explicada. La Fe va realizando el camino de la comprensión de Revelación divina a través del tiempo.


6. La respuesta del hombre es en Fe

La Revelación se contiene en una fuente común que tiene dos vertientes. Estas dos vertientes de la misma fuente son: SAGRADA ESCRITURA y TRADICIÓN. Son en estos lugares donde está contenida toda la Revelación divina (Dei Verbum, 9).

La Sagrada Escritura es el testimonio escrito de la Revelación divina contenido en una colección de libros inspirados por el Espíritu Santo, que tienen las mismas características de la Revelación. Esta palabra dicha por Dios en la Escritura se somete a estas limitaciones propias de la condición humana y tiene su plenitud cuando su propia Palabra se encarna en Jesús el Cristo. Por ello que la Sagrada Escritura es verdaderamente Palabra de Dios (Dei Verbum, 21).

Dios mismo es por la inspiración de su Espíritu el autor de la Sagrada Escritura. Dios ha inspirado a autores humanos: personas, experiencias comunitarias, para componer los libros sagrados. Esta acción la realiza tomando a la persona totalmente; con sus facultades, talentos y limitaciones, obrando en ellos su propia autoría. Así pusieron humanamente todo y sólo lo que Dios quería (Dei Verbum, 11).

El número de los libros inspirados está fijado en lo que se llama el canon; y los ha fijado la Tradición de la Iglesia (Esta lista comprende para los libros del Antiguo Testamento 46 escritos y 27 para el Nuevo Testamento, reconociéndose en ellos una unidad, donde el Nuevo está prefigurado en el Antiguo, y el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo. Cfr Catecismo, 101 al 133). La Sagrada Escritura se lee con la presencia del Espíritu Santo, que sostiene la lectura y nos abre a la comprensión de sus designios.

La Tradición brota de la predicación apostólica y es la transmisión viva de la Revelación llevada a cabo por el Espíritu Santo, y que es distinta de la Escritura, pero íntimamente ligada a ella. Por ello que la Tradición es una experiencia dinámica que se vive; “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (ver, además Dei Verbum, 8). La voz de Cristo resuena en su Iglesia y en la experiencia histórica de la misma, va viviendo la Fe.

La Tradición es el proceso humano de la Revelación asistido por el Espíritu, y se refiere a Jesucristo, en lo que es y su querer salvífico. Es toda la Iglesia la que realiza y vive esta transmisión, y lo hace a través del modo propio que tiene de vivir su fe: liturgia, testimonios, desarrollo de la Teología, tradiciones o costumbres venerables, todos llamados Lugares Teológicos. La Iglesia tiene la tarea permanente del discernimiento de lo que constituye, propiamente tal, la Tradición Apostólica y lo que es Tradición Eclesiástica (Es interesante mostrar que la tradición apostólica es la dada por Cristo a los apóstoles y guiada por el Espíritu Santo; mientras que la tradición eclesiástica son los modos temporales de expresar la fe, pero que pueden ser mudables. Existen criterios para distinguir la Tradición Apostólica: magisterio, antigüedad, sensus fidei, fidelidad, continuidad y renovación, profesión de fe, Sagrada Escritura).

Lutero en el siglo XVI, con el fin de destacar el valor de la Escritura y desprenderse de las estructuras eclesiásticas, se opone a la Tradición, desconociendo la presencia del Espíritu y estableciéndola como una experiencia humana. Lucero progresivamente se va oponiendo a la Tradición y va identificándola como un problema de abuso eclesiástico. Para Lutero la Iglesia no es la encargada de transmitir la Revelación, y es sólo la Escritura la única vertiente de la Revelación.

La transmisión de la Revelación se realiza a través de una unidad inseparable entre Tradición y Escritura. Ambas son un solo depósito de la Palabra de Dios (Dei Verbum, 10). De tal forma que ambas formas de expresión de la Revelación están íntimamente unidas. La transmisión de la Revelación se realiza por el ejercicio de un proceso dinámico en la comunidad eclesial. La Revelación se transmite con veracidad y con veneración. En este proceso de transmisión es muy importante el Rol del Magisterio de la Iglesia (Se entiende por “Magisterio de la Iglesia” el ministerio ordenado de los obispos en comunión con el Obispo de Roma. Son los sucesores de los apóstoles los que tienen la misión de cuidar y transmitir la doctrina recibida).

Así “el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (Dei Verbum, 10). Son lo obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, quienes tienen esta misión.

Enseña el Concilio Vaticano II que el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios “sino que su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente y de este único depósito de la Fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (Dei Verbum, 10). En síntesis, el Magisterio de la Iglesia frente a la Revelación tiene la misión de escuchar, custodiar y explicar la Palabra de Dios.

Esta transmisión de la Revelación y el ministerio del Magisterio demanda de la comunidad creyente una actitud de acogida y docilidad. Y esto, obviamente, que se sustenta sobre un espíritu de fe.

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