domingo, 9 de septiembre de 2007

Documento I de Estudio para Evaluación Solemne

LA CUESTIÓN DE LA EXISTENCIA HUMANA
Y LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA FE

I. LA CUESTIÓN DEL SENTIDO

LA PÉRDIDA DEL SENTIDO

Como nunca se plantea un gran desafío para el cristianismo: manifestar las razones de su esperanza a un mundo que la ha perdido. Estamos frente a una sociedad que no tiene horizonte de sentido absoluto. Todos los horizontes son parciales, no hay un sentido omniabarcante. La vida se desarma en pedazos que no se puedan comunicar entre sí. El hombre de hoy experimenta la angustia depresiva del sin sentido, se sumerge en el ritmo de lo trivial. La vida no ofrece más posibilidades que vivirla y gozarla en la medida de lo posible. El optimismo del hombre moderno se ha frustrado (Giusanni).

Pero en el corazón humano hay unas ansias profundas de buscar lo bueno, lo verdadero y lo bello. El deseo de la verdad pertenece a la misma naturaleza del hombre (Fides et Ratio). El hombre guarda en su corazón profundas interrogantes que han movido todo el quehacer de su existencia y de su pensamiento. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué hacer? La interrogante no es saciada con una explicación de “cómo”, tan propio del desarrollo científico, sino que se sacia al encontrar sentido. El hombre busca un “¿por qué?” La existencia humana y de las cosas grita por su sentido más que nunca (Fides et Ratio).

La historia del pensamiento humano ha sido el permanente ejercicio de búsqueda de respuestas: desde el mito ancestral a las ideologías se ha producido una serie de intentos. Al mirar la historia, el hombre no se ha sentido nunca satisfecho. Las ansias de absoluto son intrínsecas a su naturaleza. El hombre no se siente pleno con las verdades parciales, posee un corazón hecho para lo absoluto (Fides et Ratio)


LA PREGUNTA POR EL HOMBRE

Frente al hombre y su existencia, surge una honda pregunta: ¿Qué es el hombre? San Agustín de Hipona se preguntó: “¿Quién es este ser que soy yo?” (Confesiones). Es en torno a esta pregunta que a lo largo de la historia se han ido desarrollando diversas respuestas. Podríamos decir, que entre las principales formulaciones antropológicas tenemos:

a. Cosificación: el ser humano comprendido como un engranaje de un proceso más complejo e importante que por el individuo en sí mismo.

b. Instrumentalización: comprendido como un sujeto que puede ser manipulado en diversos sentidos de acuerdo a un conjunto social.

c. Individualista: acentuación de la individualidad comprendiéndolo como un sujeto que puede disponer de otros y las cosas desde un imperativo de su propio bienestar.

d. Creatural: El sujeto como dependiente de otro, inscrito en la dinámica de un ser superior hacia el cual se encamina. El pensamiento cristiano se inscribe en esta lógica.

Los diversos intentos por definir a la persona surgen de una concepción previa. Por ejemplo, en occidente, la clásica comprensión de Boecio de “persona”, marcó el modo de comprender al hombre durante muchos siglos (Ancio Boecio, siglo V d.C., introdujo una definición de persona: “ratioanalis natura individua substancia”. Marcó la comprensión de la persona, destacando dos aspectos: racionalidad e individualidad. Elementos que marcarían la comprensión moderna de la persona).

El ser humano es un conjunto muy complejo de elementos, por ello cada vez que se intenta restringir sólo a algunos aspectos, éste termina prisionero de un concepto que no es él. Cuando intentamos comprender al hombre es necesario descubrir las diversas dimensiones que éste posee. Así, buscando decir qué es el hombre, podemos vislumbrar cuáles son aspectos más esenciales que nunca se pueden dejar de considerar para aproximarnos a lo que verdaderamente es. En estos aspectos fundamentales son:

a. Es un ser racional.
b. Es un ser único.
c. Es biológico.
d. Es emocional.
e. Es artífice.
f. Es libre.
g. Es histórico.
h. Es social.
i. Es limitado.
j. Es trascendente.

El hombre experimenta la vida como una cuestión total. La vida es la experiencia más impactante que tiene: es posibilidad de ser, de tener, de pensar, de actuar, de decir, de prolongar, etc. Por ello que frente a la vida se experimenta todo el ser. Pero la vida ha entrado a ser cuestionada en su sentido. La razón ha llevado a preguntarnos por el sentido que la vida puede tener.

La pregunta por el sentido de la vida encierra la necesidad urgente de respuesta. En el siglo XX un movimiento filosófico, el existencialismo, encarnó la pregunta por el sentido de la existencia y del hombre. En ella se percibe la existencia como una posibilidad de conciencia de sí, característica específicamente humana, desde donde brota la posibilidad de ser en libertad. Diversas miradas fueron dando luces de respuesta al sentido de la existencia: una mirada marcada por el optimismo, otras por el pesimismo, en cuya base se encuentra la comprensión de la existencia desde un sentido creyente y el otro ateo.

La cuestión del sentido no es una pregunta superficial para el hombre, esta inquietud la lleva inscrita en lo profundo de su ser para responder a la pregunta por el quién es; necesita, a la vez, saber qué sentido tiene “ser lo que es”.

La cuestión del sentido es una pregunta por el sentido de absoluto. No es una pregunta por sentidos mediatos, sino últimos. Esta pregunta por el sentido se revela en un doble aspecto:

a. Tener Sentido: La necesidad del descubrimiento de un sentido ontológico que dé cierta coherencia racional a la vida, bajo la pena de caer en la contradicción, en la depresión óptica y el absurdo.

b. Dar Sentido: El comportamiento humano es consecuencia de su ser y su estructura. Está prefigurando en ella, de modo que el hombre debe obrar fundamentalmente de acuerdo a lo que es, de lo contrario su acción carece de sentido y frustra la posibilidad de plenitud.

Nos encontramos frente a un modo de construir la sociedad, donde la pregunta por el sentido último pertenece al ámbito de lo privado. De esta forma la cultura ofrece formas de bienestar y organización humana, pero no ofrece respuestas de sentido a la pregunta existencial de: ¿Por qué? ¿Para qué?


II. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA FE

LA CULTURA DEL ATEÍSMO PRÁCTICO

Frente a esta complejidad depresiva por el sentido en el que se mueve la sociedad actual, la Fe aparece como una posibilidad de dar sentido, pero es una cuestión que debe estar relegada a la experiencia meramente personal.

Resulta muy interesante ver cómo el proceso sistemático de racionalización llevado a cabo por la modernidad, ha dado como resultado en el campo de la fe, un ateísmo práctico cultural que está presente en el comportamiento fáctico de las personas.
El ateísmo contemporáneo, como en la base de todas las formas de Ateísmo, está presente la comprensión del hombre desde el mismo hombre y por sí mismo. Negar a Dios es reducir totalmente la cuestión humana a una respuesta solamente humana. De esta forma la sociedad intenta comprender y resolver el fenómeno humano “ad intra hominii” (al interior del propio hombre). Esta forma de ateísmo práctico se ha constituido en un fenómeno de masa. Así, más que fruto de una cuestión racional, es producto de una civilización que se encuentra decidida a afrontar los problemas vitales, incluso la muerte, sin necesidad de recurrir a ninguna instancia suprema metaempírica o trascendente.

En este sentido, la Fe no es una respuesta a una necesidad, pues la cultura no tiene necesidad de la Fe porque no tiene necesidad de Dios. El olvido de Dios es una de las grandes características del nuevo modo cultural y social que se tiene al vivir. Esta forma de actitud cultural, no es una arrogancia, sino que surge de un convencimiento profundo de que no existe ninguna realidad salvadora por encima de los hombres y la humanidad. Por tanto el hombre es suficiente para sí.

El ateísmo actual se caracteriza por ser una crítica negativa a toda forma de religión, pues restan libertad a la libertad humana bajo el derecho de un Dios inexistente. Sólo es el hombre el único artífice del propio hombre (Esta antropología se construye sobre la reflexión progresiva del imperio de la razón que fue realizando la filosofía moderna); el hombre queda “encerrado dentro de sí mismo”, el subjetivismo es el único referente (Sartre).

Las formas del ateísmo contemporáneo, según varios autores, se manifiesta en tres grandes grupos:

a. Ateísmo Naturalista: La postura científica donde el método de la ciencia positiva no admite otra realidad que la constituida por los elementos físico-químicos y, por tanto, sujetos de experimentación y comprobación. Por ello, no hay lugar para Dios como realidad en sí misma, pues nada existe que no esté dentro del ámbito de la naturaleza. En este mismo sentido el marxismo, cuyo principio es la materia y la capacidad humana de su transformación, admite a Dios, pues este no es materia, y sólo la materia es existente. No existe la verdad especulativa, sino sólo la práctica. Afirmó Marx: “El hombre, que buscaba un súper-hombre en la realidad fantástica del cielo, encontró en él el reflejo de sí mismo; no se sentirá ya inclinado a encontrar solamente la apariencia de sí mismo, el no-hombre, allí donde lo que busca y debe buscar es su verdadera realidad”.

b. Ateísmo Antropológico: Esta forma de ateísmo brota de la comprensión del hombre y su existencia. La existencia se analiza e interpreta desde la perspectiva del hombre. Es en ella donde se despliega su total libertad, de tal forma que el absoluto es la existencia humana, la que no puede existir como tal experiencia frente a la presencia de un absoluto divino: o es Dios o es el hombre. pero no pueden existir los dos. El hombre sólo existe en la medida que se realiza y no es “nada más que su propia vida”.

c. Ateísmo Ontológico: Esta forma de ateísmo brota desde la comprensión de la realidad. Esta realidad establece al hombre concretar sus ideales. Es el hombre el que modela, a partir de sus pensamientos, el mundo. El hombre es la fuerza transformadora. Dios es una imagen antropomórfica de lo que él es verdaderamente. En él está la fuerza, es el hombre en definitiva su verdadero ser superior.


LA SITUACIÓN DE LA FE

El hombre está en esta nueva época cansado y deprimido existencialmente. Tanto afán apostando por lo absoluto de la razón lo ha hecho olvidar lo primario y fundamental: el sentido de su propia existencia. Encontró, en momentos, atisbos de paz, pero ha hallado más conflictos, guerras y divisiones, verdades corrompidas por los intereses particulares. El hombre contemporáneo se ha olvidado de la fe.

En “Diálogo de Timoteo”, Platón recuerda a los hombres de un continente feliz, la Atlántida, hombres y mujeres de razón emprendedores, pero tan autosuficientes que olvidaron a los dioses. El continente por una decisión del Olimpo desaparece. El hombre puede autodestruirse cuando olvida su condición creatural y temporal en todas las cosas. Él Génesis es manifestación bíblica de esta verdad (Gn 3).


DIFICULTADES DE LA FE EN EL DIÁLOGO CON LA RAZÓN

Este olvido de la fe no es casual. La historia de la modernidad fue relegándola como un conocimiento de lo probable, pero no de lo cierto, hasta hacerla aparecer como un elemento del pensamiento primitivo humano. La fe comenzó a pasar de un conocimiento radical y seductor de la vida a un conocimiento racionalizado y despersonalizado de Dios (Fides et Ratio, 56). La postura contraria fue producir el divorcio entre razón y fe, negándole intervención a la primera en la segunda. Estas formas de fideísmo contribuyeron a formular la fe con un lenguaje críptico desconocedor del lenguaje de los hombres. No podemos olvidar que el espíritu humano se eleva para contemplar la verdad de las dos alas que posee: la razón y la fe (Fides et Ratio).

Los planteamientos de incompatibilidad Fe-Razón llevaron a negar por parte de la razón el carácter razonable de la Fe. A tal punto es razonable la fe, que la razón por un conocimiento natural de las cosas puede llegar a formular la existencia de un ser superior. Siguiendo las enseñanzas clásicas, en este punto, para unir conviene distinguir.

Fe es un don, un regalo de Dios al cual el hombre es invitado adherir. Dios suavemente “mueve” a la persona a acoger la Fe. Por tanto, la Fe no es un producto de la razón. La Fe es producto de la Gracia que Dios mismo da para creer. Nuestra inteligencia es invitada a adherirse a la Verdad formulada por la Revelación.

Pero esta adhesión no es una cuestión que se haga sin participación de la razón. Dios no puede desconocer la razón en el proceso de la Fe, pues la razón es parte de lo que Dios mismo ha creado y que ha puesto como distintivo del ser humano. La Fe no es un salto a ciegas hacia el vacío. Es un salto ciertamente, pero que se da sobre una base de racionalidad: lo que plantea la fe no es una verdad irracional (como tantos antiguos mitos), sino que es una verdad de la Revelación, es Dios mismo. En la fe la libertad juega un rol fundamental.

El “Fides quaren intellectum” de San Anselmo de Cunterbery no es una anulación del misterio, sino un intento siempre insuficiente de comprender la esencia de la Revelación de Dios. La razón actúa adecuadamente cuando tiene algunos principios en ejercicio: el conocimiento no tiene descanso, es ilimitado, no todo es conquista personal, hay una base que es un regalo y es necesario reconocer humildemente la superioridad del misterio de Dios (Fides et Ratio, 18). Así la razón es valorizada, pero no sobrevalorada. En la razón hay una capacidad para superar sus propios límites, pero esto no quiere decir que por ello todo queda sometido a su conocimiento (Fides et Ratio, 20 y 22). Los Padres de la Iglesia y Santo Tomás de Aquino muestran que la Fe no puede temer a la razón, sino que la busca y confía en ella. La Fe supone y perfecciona la razón para elevarse al conocimiento del Creador (Fides et Ratio, 43).

La separación entre Fe y Razón ha sido nefasta (Fides et Ratio, 46). La Fe desprovista de la Razón ha subrayado el sentimiento y la experiencia dejando correr peligro a su condición de universalidad, entrando en el subjetivismo (Fides et Ratio, 48, 53 y 55).

La razón es la actividad que permite el vuelo de todos los progresos humanos, pero como hemos visto puede ser instrumento de autodestrucción. La razón es el acto de la inteligencia humana de emitir un juicio, de hacer relaciones lógicas, determinar probabilidades, calcular, hacer procesos de autoconciencia, análisis, etc. Por estos procesos el hombre se determina y dirige los rumbos de la sociedad y transforma su entorno. La razón sola, con una conciencia subjetivizada reduce todos los conceptos a sí misma. Aquí se comete el error fatal: pensar que es la única luz (Descartes). El olvido que la razón hizo de Dios, ha llevado a desintegrar sus propias construcciones porque la razón en sí, no tiene razones de esperanza absoluta. Lo contingente “per se” no puede ser “per se” respuesta de trascendencia.

Aquí brota el desafío, la urgencia que tiene el cristianismo. Mostrar al hombre un camino de salida. Entregar el mejor antidepresivo: la experiencia de encuentro con la esperanza. Nosotros los cristianos hemos hecho contacto personal con una esperanza única y transformadora del orden imperante: Cristo es el Señor.

Esta es la verdad que ha proclamado la Iglesia y que debe seguir proclamando, pero urge hacerlo con una experiencia personal, que llene de contenido cualquier discurso razonable de la Fe.

Como nunca, se nos hace necesario mostrar a Cristo, dar razones de nuestra Esperanza.

Nuestra Esperanza es razonable: no es un mito hipotético, sino que nuestra Esperanza se ha hecho carne. El concepto de esperanza que maneja la filosofía es muy variado. En general, se entiende como aquel esfuerzo por permanecer anhelante de futuro. Pero en la actualidad o en la próxima actualidad ¿Qué futuro puede esperar el hombre? El mundo se está poblando de futuros inmediatos, el futuro absoluto es una apuesta demasiado ardua y prolongada, pero sólo unos pocos están dispuestos a apostar. La razonabilidad de Nuestra Esperanza que es Cristo, nos urge a expresar la certeza de nuestra espera en categorías que permitan dialogar con el no creyente, con el ignorante de nuestra experiencia de Fe. Urge que el cristiano vaya contagiando al mundo y le hable a éste en su lenguaje acerca de la Esperanza con sentido de absoluto (Fides et Ratio, 104).

Se debe nuestra Esperanza: Cristo como ese camino que hace la praxis del descenso (kénosis). Es profundamente radical el Maestro cuando nos manifiesta que nuestro gozo está en lo que el mundo rechaza; El sufrimiento, el despojo de los bienes, el abandono radical, ¡Qué sabiduría más elocuente es la Cruz!, porque revela un orden distinto, un camino de descendimiento para ascender (1 Co 1, 20.28). El hombre no logra comprender o hacer totalmente razonable el misterio de la cruz. No logra comprender cómo la muerte puede ser fuente de vida y amor. La razón no puede vaciar el misterio de amor que representa la cruz. Cuando la razón acude con formulaciones a priori, llena de prejuicios no puede comprender, se vuelve locura, escándalo. La sabiduría de la cruz supera todos los límites de la cultura y del raciocinio. “La relación entre Fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual pueden encontrarse” (Fides et Ratio, 23).

El hombre sigue en búsqueda aunque pareciera que se ha cansado. El corazón está inquieto por la verdad y no hallará descanso hasta encontrarla. Esta búsqueda requiere de un encuentro existencial serio y razonable. La cultura esotérica emergente es una respuesta inmediata y temporal que cansará nuevamente el corazón del hombre. Es urgente para el cristianismo mostrar al “Ecce Homo”, al verdadero hombre que se entiende desde la cruz, porque su lenguaje es el de la donación sin límites, de la entrega sin reservas; en definitiva la verdad se encuentra en el amor, porque Dios es amor.

“Que venga la esperanza que es Cristo, que pase por aquí, y que las escarchas del abandono de Dios se larguen. Que vuele otra vez el colibrí, que se hinchen en el soplo del Espíritu, las velas, que ruja el motor porque sin esperanza ¿a dónde, qué sentido tiene el amor?”

“Nuestra vida es Cristo”, como nunca esta frase está llamada a ser testimonio de verdad. La caridad exige la casa de la razón, para que contra toda esperanza el hombre espere el sentido final, el único capaz de orientar la marcha de los hombres. La vida tiene sentido cuando se contempla el horizonte definitivo. En medio del dolor y la persecución cuántos entregaron su vida con valentía, heroísmo y sencillez a lo largo de la historia. Sólo nuestro corazón balbucea un no sé qué. La razón puede hacer que este balbuceo del corazón amante pueda ser comprendido por el mundo no creyente, seduciéndola precisamente en lo que siempre ha buscado, sentido de lo absoluto, de lo bueno, lo verdadero y lo bello.

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