viernes, 21 de septiembre de 2007

Documento III para Evaluación Solemne

LA FE

La Fe, por ser una actitud tan a la base de la existencia humana y relacionarse con Cristo comprendido como el Mesías, hace quesea en muchos momentos muy difícil hablar de ella con profundidad. En el mundo actual resulta complejo hablar de la fe. Resulta para muchos un tema cuestionado, un código incomprensible y anticuado. Algunos han dicho que “el martirio de hoy es creer”. Se critica que muchos de los enunciados de la fe se encuentran lejos de la vida. La vida del hombre de hoy está marcada por una forma de ateísmo práctico que brota de una crónica indiferencia religiosa.

La Fe supone una iniciativa divina y una respuesta humana. “La iniciativa divina implica la revelación, a través de la cual habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora en ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2).

La Fe es una actitud de adhesión a la verdad divina por la cual el hombre libremente se somete a lo que ha recibido por la Palabra escuchada. Esta es una obediencia que brota de la escucha (“ob audire”, seguir lo oído). Es por tanto, una opción fundamental por la cual se somete libremente el ser a una totalidad omniabarcante, y que le permite interpretar toda la vida. La Fe se constituye para el creyente en el criterio del discernimiento de todos los aspectos de su existencia.

La Fe constituye una verdad que sobrepasa nuestro entendimiento. Es una realidad que ilumina el corazón. Esta adhesión implica un acto de creer que no se construye sobre la base de elementos comprobables físicamente; sino sobre una verdad acogida en libertad. San Agustín decía: “la fe es creer lo que no ves”.


CARACTERÍSTICAS DE LA FE

1. Es un don de la gracia: La capacidad de adherir con toda la voluntad a la Palabra recibida es un don dado por Dios. Para dar esta respuesta es necesaria la gracia de Dios que auxilia, impulsando a la libertad humana para adherir. No se puede creer en Dios, si no le ha atraído.

2. Es un acto humano: El creer es también un acto auténticamente humano, pues implica libertad y el uso de la inteligencia. Creer no es un acto irracional, aunque la Fe no tiene su origen en la razón, esta hace razonable la Fe. La razón ayuda al hombre a hacer de la Fe algo creíble (El Papa Pablo VI tiene una frase muy lúcida al respecto: “…la fe no mortifica nuestro pensamiento, aunque no satisfaga su proceso natural, sino que lo habilita para un conocimiento, una certeza, un goce espiritual de grado superior al normal”).

De esta forma la Fe implica libertad, inteligencia y voluntad, todas capacidades propias del espíritu humano.

La inteligencia nos ayuda a descubrir motivos de credibilidad. Por sí misma no es causa para creer, pero coopera y dispone al movimiento de la Gracia. De tal forma, el acto de la Fe no es irracional o ciego para el espíritu. La comprensión de la Fe es realizada por el auxilio de la razón, y en la medida que se profundiza en su comprensión va creciendo la hondura de la Fe (San Anselmo de Canterbury, acuñó una definición clásica de lo que significa hacer teología, “fides quaerens intellectum”, la fe es desarrollada por la razón. Esta definición nos muestra la importancia que tiene la razón en el proceso de comprender la Fe. No es su origen, pero sí es su desarrollo).

San Agustín decía: “creo para comprender y comprendo para creer mejor”.

3. Es la aceptación de la persona de Jesús y su Salvación: El centro de la Fe cristiana es Jesucristo. Él es el Salvador. Así el creyente se abre al camino de salvación gratuita que se establece es Cristo. Y la certeza de la Fe está en la Pascua de Cristo. Su resurrección es el punto de anclaje de la Fe en Cristo. Es la confirmación de todo lo que Jesús hizo y enseñó (Cfr. 1Cor 15, 14).

4. La Fe tiene una dinámica de desarrollo: Se constituye por un proceso que es acorde al desarrollo humano. En la disposición natural de la razón, la libre voluntad, hay etapas y niveles diversos que van haciendo de la Fe un camino que va progresando en adhesión, profundidad de comprensión e intensidad de unión.

5. Es un misterio: No es posible creer comprendiéndolo todo. Siempre quedarán muchos elementos que no son posibles de comprender con total radicalidad. La Fe se afirma en una determinada certeza, pero que responde a la verdad de un Dios trascendente que está más allá de todas nuestras comprensiones totales; vislumbramos, nos acercamos. Hablamos en lenguaje analógico, pero siempre habrá un grado que no logramos abordar. A esto en la teología se le denomina “misterio de fe”. El proceso teológico va realizando esta maduración de la Fe, ahonda en la comprensión de lo revelado.

Este proceso de comprensión es siempre inacabado. Nunca tendremos de Dios una comprensión total, pues es una realidad que absolutamente sobrepasa la capacidad humana de comprender. Sin embargo, es posible que la teología vaya desarrollando pequeños pasos de comprensión que siempre tendrán sus limitantes históricas y culturales.

6. Es un acto de amor fiel: La Fe implica un acto de la donación del ser a la verdad oída. Esto es un acto de amor que responde al “amor primero” de salvación, el amor de Dios. Nuestra Fe se constituye en una verdadera respuesta de amor oblativo.

Es la entrega del ser a acoger en nuestra existencia, la misma existencia de Cristo. San Agustín decía: “Hoc est enim credere in Christo diluyere Christum” (Esto es creer en Cristo, amar a Cristo).

El amor es fidelidad; de este modo nos lleva a permanecer fieles a la fe recibida y acogida, comprometiendo todo el hombre.

7. Se expresa en el obrar y en la oración

Es en la oración donde la fe alcanza su mayor densidad, pues la oración es el acto del encuentro diagonal entre Dios y el hombre. Así la oración vive la plenitud de la Fe. Por otra parte la Fe exige una actitud de vida propia del hombre marcada por el ejercicio de las convicciones espirituales, pues la Fe no es una cuestión teórica, sino que de vital implicancia histórica. La Fe se expresa en obras que son la forma de cómo el creyente interviene la historia según los criterios de Jesús, el Mesías.

La Fe es un acto vivo donde los actos humanos se transforman en expresión de sus convicciones. El negar con la conducta práctica las convicciones de la Fe, se produce un decaimiento de la misma.

8. Es un acto personal y comunitario

La Fe es una comunicación personal en una doble vertiente: a) “es entre personas” y b) “involucra una respuesta personal”.

Cuando decimos que es entre personas implica a la persona creatura y al Creador, que es persona trinitaria. El hombre entra en comunicación de fe con la familia trinitaria. Es una comunicación donde se asiste con lo propio de cada uno: el hombre con su finitud y Dios con su omnipotencia cercana. La Fe inicia el diálogo con Dios Trinitario.

Por otra parte, es un acto personal: implica un vínculo de autonomía del ser. La adhesión la debe hacer la persona libre y voluntariamente. La Fe no puede ser producto de una presión social o familiar, pues constituiría una violencia a la conciencia. Exige ser asumida por la persona como adhesión donativa. Así la Fe que puede provenir por una experiencia familiar, pero debe ser confirmada por la persona como adulto con un mínimo de dominio de sí.

9. La Fe se manifiesta en obras

El encuentro del hombre con Dios produce un cambio (conversión). Este cambio se expresa en su ser (experiencia de la Gracia) y en su hacer (consecuencias de la presencia de la Gracia en su vida). La Fe es un acto que compromete toda la vida de la persona. No es un acto parcial. La Fe exige que sea sólo una formulación intelectual del creer, sino que debe expresarse en las diversas dimensiones de lo que el hombre es.


LAS DIFICULTADES HISTÓRICAS DE LA FE

Si realizamos una mirada del desarrollo de la vida de la fe en la experiencia de la vida cristiana, nos encontramos que en diversos momentos la fe cristiana ha experimentado tensiones cuyas raíces, tienen que ver con tres grandes aspectos:

a) RAZÓN
b) LIBERTAD
c) OBRAS

Las exageraciones a favor y en desmedro de algunos de estos puntos en su relación con la fe, han llevado a diversas formas de herejías y errores, de los cuales algunos de ellos han tenido un fuerte impacto en la vida de la Iglesia. A modo de una presentación resumida de estas dificultades de la Fe podemos mencionar lo siguiente.

a. FE Y RAZÓN

La problemática de cuánto hay de racionalidad en la fe generó dos posturas extremas.

El fideísmo, que se encierra sólo en la Fe, desconociendo toda intervención de la razón en el proceso de comprensión de la Fe. Esta postura ha generado diversas corrientes de variadas formas de tradicionalismos.

Una forma intermedia y compleja ha sido el gnosticismo que agrupa diversas formas de conocimiento iluminado y también formas de racionalismos. En la historia se ha dado de formas muy diversas. Es una postura ecléctica, donde junto al dato de la revelación se han codificado otros datos provenientes de religiones naturales, escuelas filosóficas, etc.

Resulta interesante decir aquí que principalmente en el siglo II y III la gnosis fue una forma muy popular de comprender la religión y que tomó muchos elementos del cristianismo para mezclarlos con las religiones esotéricas antiguas y otros provenientes de la filosofía griega. Un gran defensor de la pureza de la fe cristiana fue el Obispo Irineo de Lyon.

Actualmente, podemos decir que una nueva forma de gnosis se presenta en el ambiente y que puede afectar a círculos creyentes, nos referimos al “New Age”. Si bien sus formas son muy variadas, tiene la estructura de una experiencia gnóstica importante entre las nuevas formas culturales.

El otro extremo ha sido el uso desmedido de la razón, como capaz de solucionarlo todo en el ámbito de la Fe. Esto se ha denominado racionalismo de la Fe. Así, la Fe queda reducida a un simple proceso de relaciones y conclusiones lógicas. Podemos decir que ha generado lo que podría ser denominado “teología atea”.

b. FE Y LIBERTAD

Hay una pregunta no fácil de responder por la teología: En la Fe, ¿cuánto es don de Dios y cuánto es acción del hombre? La acción humana, ¿tiene libertad si está movida por Dios? Son preguntas complejas que han dado diversos modos de comprensión. Podemos decir que se han dado dos importantes posturas en este punto.

Una maximización de la libertad, representada especialmente por las posturas de Pelagio, quien era un monje del siglo V que desarrolló un muy fuerte debate entre las relaciones y determinaciones que se producen entre la Fe, la Gracia y la Libertad Humana. Fueron sus seguidores los que tomaron aún posturas más extremas. San Agustín será uno de los grandes opositores a estas doctrinas surgidas, denominadas pelagianismo y semipelagionismo.

La postura de Pelagio acentúa la libertad radical del hombre frente a Dios. El hombre en Adán hizo un mal uso de la libertad, pero el “buen ejemplo de Cristo al usar la libertad” le ha enseñado al hombre llegar libremente hasta Dios. De esta forma desconoce la necesidad de la Gracia para tener Fe, reduciéndola a una posibilidad que depende del libre querer humano. El Concilio Ecuménico de Cartago (año 418 d.C.) estableció que la Gracia es necesaria para la salvación, el perdón de los pecados y el ejercicio de la fe.

Otra postura ha sido la minimización de la libertad, representada por una postura de la doctrina de Martín Lutero. Para Lutero la corrupción del hombre por el pecado ha sido tan grande, que no es posible vislumbrar en el hombre ninguna capacidad humana para inclinarse hacia Dios. Sólo es la acción de la Gracia de Dios la que produce la salvación y el acto de la Fe. Por lo tanto, el acto de la Fe es un don, pero ¡donde el hombre el hombre no tiene ninguna participación libre!

c. FE Y OBRAS

El tema del hacer humano (obras) y la Fe, ha sido también un punto que ha generado muchas posturas complejas y difíciles. El problema radica en una pregunta: ¿Qué es primero, la Gracia o la Acción Humana? Por ello que este problema está muy estrechamente ligado al tema de la libertad y la Gracia. En este punto podemos mencionar dos posturas extremas.

La acción humana como principio está representada por el pensamiento de Pelagio: Es por un acto totalmente libre del hombre que éste adhiere a la fe, y esta adhesión produce, por las obras que él mismo realiza, la conquista de la Gracia. En otras palabras son las buenas obras humanas las que consiguen la Gracia de la Salvación por parte de Dios. La Fe sería producto de lo que el hombre conquista… Es una tarea que logra el hombre por sus propios medios.


Sólo el principio de la acción divina está representado por el pensamiento luterano. El hombre no tiene ninguna posibilidad de adherir a Dios. Dios es el que baja al hombre. La razón nada puede comprender y alcanzar de Dios. Sólo la Fe que es dada por Dios. Tiene una mirada muy pesimista del hombre. Las obras no tienen ningún valor en el camino de la Salvación. Dios llega con su Gracia y cubre por Fe lo que el hombre es: un ser corrompido por el pecado.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Documento II para Evaluación Solemne

LA REVELACIÓN

La fe cristiana se sustenta sobre una verdad que no es tomada de la razón o del descubrimiento de alguna información secreta; sino que se desarrolla a partir de una información que proviene de afuera de lo humano, es un dato dado por Dios mismo. Esta información es un dato de la Fe, que es revelada por Dios mismo al ser humano a través de un camino de salvación (Catecismo de la Iglesia Católica, 50 al 133).


CONCEPTO DE REVELACIÓN

Revelar (del latín “revelare”: correr el velo) es un proceso de comunicación de Dios al hombre y se realiza por iniciativa divina. Es “placuit Deo” un querer de Dios. En la revelación encontramos un designio amoroso de Dios, pues el hombre no podría nunca alcanzar el conocimiento divino.

Esta revelación tiene un doble contenido:

a) Lo que Dios es.
b) La manifestación del querer de Dios (Voluntad de Dios).

Dios en la revelación se manifiesta a sí mismo, y muestra lo que el hombre debe realizar en libertad para alcanzar la plenitud: la trascendencia. Pues la plenitud de Dios se encuentra en Dios mismo. Las respuestas a las más hondas interrogantes del ser humano están en Dios mismo, pues él es el único que tiene existencia y plenitud en sí mismo. La Revelación es “autocomunicación Divina”. El motivo de este proceso se inscribe en un acto de su propia voluntad divina. No es una obligación o una condición necesaria para Dios, es un acto libre, movido por el amor (Dei Verbum, 2).

La revelación es una autodonación, pues, al comunicarse, Dios sale de sí y se entrega en un acto libre. Esto es precisamente el amor, un acto de donación del ser libre y total. El deseo de Dios es que su creatura participe de su propia vida divina. El hombre ha sido creado para Dios y su ser no tendrá reposo hasta no encontrarse en el seno de Dios mismo.

Podemos comprender la Revelación como un camino de encuentro de planificación del hombre en aquél sentido absoluto, puede colmar sus ansias de eternidad. El ser humano no es divino, pero tiene el sello de su artesano, y tiende hacia Él, naturalmente. A este impulso de infinito que Dios ha puesto en el alma, sale Dios mismo como un padre al encuentro del hombre. A diferencia de la concepción aristotélica y platónica de Dios, el Dios cristiano sale al encuentro de su creatura por amor. Y en este encuentro le revela quién es y lo que el hombre libremente debe realizar para llegar a la plenitud de su existencia que es Él mismo.


CARACTERÍSTICAS DE LA REVELACIÓN

1. Es un proceso pedagógico.

La revelación es un proceso que va en un crecimiento de contenido. Se inicia con la misma. Ya en la Creación Dios revela su motivación. La Creación es testimonio de la voluntad de amor por parte de Dios. La Creación no es un acto de comprobación del poder de Dios ni la necesaria creación de seres que lo sirvan y lo alaben. Dios que es plenitud y existencia única, no necesita de estos elementos para ser Dios. Es, propiamente tal, un acto libre de donación en su acción creadora y es un acto de amor en la revelación de su propio ser a la creatura. No se desentiende de lo que ha brotado de sus manos creadoras.

Este proceso iniciado en el mismo momento de la Creación es progresivo, y en escala humana, y respetando el proceso del propio desarrollo del hombre, Dios va manifestando su querer y su persona. Por ello que podemos decir que Dios actúa con una especial pedagogía que nos va estimulando progresiva y permanentemente al hombre. Este proceso tiene su plenitud en Cristo, que es la palabra total que revela plenamente su querer salvífico y su propio ser (San Irineo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: “El verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo de Hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre”, Contra los Herejes 3, 20, 2).


2. Se realiza en lenguaje humano.

En la Revelación Dios habla como un amigo (“amicus allquitur”. Dei Verbum,2) y esta invitación se desarrolla siguiendo el lenguaje humano. Dios se “abaja” para hablar la lengua de los hombres; y en la lengua de la simbología humana le muestra su rostro y su voluntad. Así, Dios habla con palabras y hechos, íntimamente entrelazados. Las palabras explican los hechos y clarifican el misterio contenido en los hechos (El término “misterio”, mysterion – mysterium, en la teología no se usa en relación a lo extraño, esotérico o incomprensible; sino a aquello que está ligado a la experiencia de Dios, que es comprendida, en parte, quedando siempre muchos aspectos que no se logran totalmente comprender. Así, el querer de Dios y su propia persona se va expresando en un lenguaje que sobrepasa el lenguaje teórico racional, y también entra en el lenguaje de la simbología que le permite expresar más allá de lo que puede comprender con las palabras. En este lenguaje se inscribe la liturgia)

En esta dinámica de comunicación en lenguaje humano, Dios va plenificando el desarrollo del espíritu humano. Por ello que si bien, por parte de Dios, el proceso de la Revelación se ha completado con Jesucristo, por parte del hombre su comprensión aún no acaba, pues continuamos en una dinámica de crecimiento y plenificación.

Este proceso de Revelación ha quedado expresado en el conjunto del lenguaje humano, de allí que para entrar en lo profundo de la revelación se hace siempre muy necesario poder comprender la simbología y las características históricas del lenguaje, sus contextos y matices expresivos.


3. Es personal y comunitario.

Este proceso de la Revelación se desarrolla en un encuentro personal. Dios se acerca al conjunto humano, pero no desconoce su individualidad. Así, Dios forma un pueblo para realizar el camino pedagógico de la Revelación, sin embargo, a la vez, entra en contacto personal con cada sujeto del Pueblo Elegido (Es interesante ver cómo en el proceso de la formación del Pueblo Elegido, Israel, Dios entra en relación personal con Abraham, Isaac, Jacob. Esto será una constante: Moisés, Josué, Samuel, David, etc. Esto resulta muy interesante de observar, pues en otras religiones antiguas, si bien hay testimonios de vínculos personales de sujetos con Dios (reyes, faraones, sacerdotes) no tiene la matriz de lo constante como se puede ver en Israel. Cfr: Gn 12-50; I Samuel 2; I Reyes 11; etc. Dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, N° 3 “Dios creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas y, queriendo abrir un camino de salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”).

Este es el modo propio de Dios que entra en relación personal con el creyente a través de una relación dialogal. Dios dialoga como un amigo, como un maestro y como señor. En este modo de preceder hay de manifiesto una especial condescendencia de Dios hacia el hombre. Es estable una comunicación donde el hombre es invitado desde sí y se autocomprende desde la relación dialogante con el Creador.

Podemos afirmar que en esta comunicación dialogal, el hombre comprende el sentido de su propia existencia, se autocomprende y comprende se rol en la Creación y en la comunidad humana.


4. Es histórica.

La Revelación tiene la importante característica de ser histórica. Este proceso de automanifestación de Dios en lo que es y en su voluntad se realiza en el devenir del tiempo; y esto implica espacio, tiempo y libertad humana. De esta forma la historia es el lugar donde ocurre, donde se manifiesta el contenido y la prueba del mismo. Así, como dijimos que la Revelación se expresa en lenguaje humano, también se produce en el escenario humano. No es metahistórica (Los relatos mitológicos tienen la estructura de la metahistoria, se produce en un tiempo primordial, pero que no tienen la cronología del tiempo histórico. Estos relatos mitológicos son formas de comprensión de la realidad, pero no tienen enclave en el tiempo cronológico humano, sino en la experiencia de un tiempo del alma. El cristianismo no sólo posee el tiempo del alma; sino que tiene su raíz en la experiencia de la presencia histórica de Dios y esto es culmen en Dios hecho carne, Jesucristo), sino temporal. Dios se muestra en el escenario de lo que el hombre hace y piensa. De esta forma las coordenadas históricas afectan a la Revelación. Dios se somete a la modulación del proceso histórico humano. Así la constitución del pueblo de revelación ocurre en un tiempo, lugar y cultura propia. Lo que Dios quiera decir quedará expresado en esta codificación propia.

Es la historia humana el lugar de la epifanía o manifestación divina. La historia contiene esta manifestación, pero no toda la historia es manifestación de la revelación divina. La plenitud del tiempo se encuentra en la máxima manifestación de la revelación de Dios: el Verbo hecho carne, Jesucristo (Gal 4,4). Entonces, la historia humana se entreteje con el proyecto de revelación salvífica que tiene Dios para el hombre. Es la historia el lugar del discernimiento hermenéutico para descubrir el querer de Dios.


5. Su plenitud es Jesucristo

La centralidad de la Revelación y la plenitud de ella se encuentra en Cristo, el Mesías. La encarnación de Cristo, la segunda persona de la Trinidad divina, es el Logos o la Palabra Eterna de Dios. Dios se comunica con máxima plenitud cuando el Verbo o Logos se encarna en el vientre de María de Nazaret, la Virgen Madre. Es en Cristo hecho carne, Cristo Jesús, cuando Dios llega a la plenitud de su autodonación. En Él revelará su propia persona: Dios hecho carne y su voluntad, la Salvación. Dios Padre en su Verbo lo dijo todo. Ahora, si bien la Revelación está completa en Cristo, no está completamente explicada. La Fe va realizando el camino de la comprensión de Revelación divina a través del tiempo.


6. La respuesta del hombre es en Fe

La Revelación se contiene en una fuente común que tiene dos vertientes. Estas dos vertientes de la misma fuente son: SAGRADA ESCRITURA y TRADICIÓN. Son en estos lugares donde está contenida toda la Revelación divina (Dei Verbum, 9).

La Sagrada Escritura es el testimonio escrito de la Revelación divina contenido en una colección de libros inspirados por el Espíritu Santo, que tienen las mismas características de la Revelación. Esta palabra dicha por Dios en la Escritura se somete a estas limitaciones propias de la condición humana y tiene su plenitud cuando su propia Palabra se encarna en Jesús el Cristo. Por ello que la Sagrada Escritura es verdaderamente Palabra de Dios (Dei Verbum, 21).

Dios mismo es por la inspiración de su Espíritu el autor de la Sagrada Escritura. Dios ha inspirado a autores humanos: personas, experiencias comunitarias, para componer los libros sagrados. Esta acción la realiza tomando a la persona totalmente; con sus facultades, talentos y limitaciones, obrando en ellos su propia autoría. Así pusieron humanamente todo y sólo lo que Dios quería (Dei Verbum, 11).

El número de los libros inspirados está fijado en lo que se llama el canon; y los ha fijado la Tradición de la Iglesia (Esta lista comprende para los libros del Antiguo Testamento 46 escritos y 27 para el Nuevo Testamento, reconociéndose en ellos una unidad, donde el Nuevo está prefigurado en el Antiguo, y el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo. Cfr Catecismo, 101 al 133). La Sagrada Escritura se lee con la presencia del Espíritu Santo, que sostiene la lectura y nos abre a la comprensión de sus designios.

La Tradición brota de la predicación apostólica y es la transmisión viva de la Revelación llevada a cabo por el Espíritu Santo, y que es distinta de la Escritura, pero íntimamente ligada a ella. Por ello que la Tradición es una experiencia dinámica que se vive; “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (ver, además Dei Verbum, 8). La voz de Cristo resuena en su Iglesia y en la experiencia histórica de la misma, va viviendo la Fe.

La Tradición es el proceso humano de la Revelación asistido por el Espíritu, y se refiere a Jesucristo, en lo que es y su querer salvífico. Es toda la Iglesia la que realiza y vive esta transmisión, y lo hace a través del modo propio que tiene de vivir su fe: liturgia, testimonios, desarrollo de la Teología, tradiciones o costumbres venerables, todos llamados Lugares Teológicos. La Iglesia tiene la tarea permanente del discernimiento de lo que constituye, propiamente tal, la Tradición Apostólica y lo que es Tradición Eclesiástica (Es interesante mostrar que la tradición apostólica es la dada por Cristo a los apóstoles y guiada por el Espíritu Santo; mientras que la tradición eclesiástica son los modos temporales de expresar la fe, pero que pueden ser mudables. Existen criterios para distinguir la Tradición Apostólica: magisterio, antigüedad, sensus fidei, fidelidad, continuidad y renovación, profesión de fe, Sagrada Escritura).

Lutero en el siglo XVI, con el fin de destacar el valor de la Escritura y desprenderse de las estructuras eclesiásticas, se opone a la Tradición, desconociendo la presencia del Espíritu y estableciéndola como una experiencia humana. Lucero progresivamente se va oponiendo a la Tradición y va identificándola como un problema de abuso eclesiástico. Para Lutero la Iglesia no es la encargada de transmitir la Revelación, y es sólo la Escritura la única vertiente de la Revelación.

La transmisión de la Revelación se realiza a través de una unidad inseparable entre Tradición y Escritura. Ambas son un solo depósito de la Palabra de Dios (Dei Verbum, 10). De tal forma que ambas formas de expresión de la Revelación están íntimamente unidas. La transmisión de la Revelación se realiza por el ejercicio de un proceso dinámico en la comunidad eclesial. La Revelación se transmite con veracidad y con veneración. En este proceso de transmisión es muy importante el Rol del Magisterio de la Iglesia (Se entiende por “Magisterio de la Iglesia” el ministerio ordenado de los obispos en comunión con el Obispo de Roma. Son los sucesores de los apóstoles los que tienen la misión de cuidar y transmitir la doctrina recibida).

Así “el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (Dei Verbum, 10). Son lo obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, quienes tienen esta misión.

Enseña el Concilio Vaticano II que el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios “sino que su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente y de este único depósito de la Fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (Dei Verbum, 10). En síntesis, el Magisterio de la Iglesia frente a la Revelación tiene la misión de escuchar, custodiar y explicar la Palabra de Dios.

Esta transmisión de la Revelación y el ministerio del Magisterio demanda de la comunidad creyente una actitud de acogida y docilidad. Y esto, obviamente, que se sustenta sobre un espíritu de fe.

Documento I de Estudio para Evaluación Solemne

LA CUESTIÓN DE LA EXISTENCIA HUMANA
Y LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA FE

I. LA CUESTIÓN DEL SENTIDO

LA PÉRDIDA DEL SENTIDO

Como nunca se plantea un gran desafío para el cristianismo: manifestar las razones de su esperanza a un mundo que la ha perdido. Estamos frente a una sociedad que no tiene horizonte de sentido absoluto. Todos los horizontes son parciales, no hay un sentido omniabarcante. La vida se desarma en pedazos que no se puedan comunicar entre sí. El hombre de hoy experimenta la angustia depresiva del sin sentido, se sumerge en el ritmo de lo trivial. La vida no ofrece más posibilidades que vivirla y gozarla en la medida de lo posible. El optimismo del hombre moderno se ha frustrado (Giusanni).

Pero en el corazón humano hay unas ansias profundas de buscar lo bueno, lo verdadero y lo bello. El deseo de la verdad pertenece a la misma naturaleza del hombre (Fides et Ratio). El hombre guarda en su corazón profundas interrogantes que han movido todo el quehacer de su existencia y de su pensamiento. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué hacer? La interrogante no es saciada con una explicación de “cómo”, tan propio del desarrollo científico, sino que se sacia al encontrar sentido. El hombre busca un “¿por qué?” La existencia humana y de las cosas grita por su sentido más que nunca (Fides et Ratio).

La historia del pensamiento humano ha sido el permanente ejercicio de búsqueda de respuestas: desde el mito ancestral a las ideologías se ha producido una serie de intentos. Al mirar la historia, el hombre no se ha sentido nunca satisfecho. Las ansias de absoluto son intrínsecas a su naturaleza. El hombre no se siente pleno con las verdades parciales, posee un corazón hecho para lo absoluto (Fides et Ratio)


LA PREGUNTA POR EL HOMBRE

Frente al hombre y su existencia, surge una honda pregunta: ¿Qué es el hombre? San Agustín de Hipona se preguntó: “¿Quién es este ser que soy yo?” (Confesiones). Es en torno a esta pregunta que a lo largo de la historia se han ido desarrollando diversas respuestas. Podríamos decir, que entre las principales formulaciones antropológicas tenemos:

a. Cosificación: el ser humano comprendido como un engranaje de un proceso más complejo e importante que por el individuo en sí mismo.

b. Instrumentalización: comprendido como un sujeto que puede ser manipulado en diversos sentidos de acuerdo a un conjunto social.

c. Individualista: acentuación de la individualidad comprendiéndolo como un sujeto que puede disponer de otros y las cosas desde un imperativo de su propio bienestar.

d. Creatural: El sujeto como dependiente de otro, inscrito en la dinámica de un ser superior hacia el cual se encamina. El pensamiento cristiano se inscribe en esta lógica.

Los diversos intentos por definir a la persona surgen de una concepción previa. Por ejemplo, en occidente, la clásica comprensión de Boecio de “persona”, marcó el modo de comprender al hombre durante muchos siglos (Ancio Boecio, siglo V d.C., introdujo una definición de persona: “ratioanalis natura individua substancia”. Marcó la comprensión de la persona, destacando dos aspectos: racionalidad e individualidad. Elementos que marcarían la comprensión moderna de la persona).

El ser humano es un conjunto muy complejo de elementos, por ello cada vez que se intenta restringir sólo a algunos aspectos, éste termina prisionero de un concepto que no es él. Cuando intentamos comprender al hombre es necesario descubrir las diversas dimensiones que éste posee. Así, buscando decir qué es el hombre, podemos vislumbrar cuáles son aspectos más esenciales que nunca se pueden dejar de considerar para aproximarnos a lo que verdaderamente es. En estos aspectos fundamentales son:

a. Es un ser racional.
b. Es un ser único.
c. Es biológico.
d. Es emocional.
e. Es artífice.
f. Es libre.
g. Es histórico.
h. Es social.
i. Es limitado.
j. Es trascendente.

El hombre experimenta la vida como una cuestión total. La vida es la experiencia más impactante que tiene: es posibilidad de ser, de tener, de pensar, de actuar, de decir, de prolongar, etc. Por ello que frente a la vida se experimenta todo el ser. Pero la vida ha entrado a ser cuestionada en su sentido. La razón ha llevado a preguntarnos por el sentido que la vida puede tener.

La pregunta por el sentido de la vida encierra la necesidad urgente de respuesta. En el siglo XX un movimiento filosófico, el existencialismo, encarnó la pregunta por el sentido de la existencia y del hombre. En ella se percibe la existencia como una posibilidad de conciencia de sí, característica específicamente humana, desde donde brota la posibilidad de ser en libertad. Diversas miradas fueron dando luces de respuesta al sentido de la existencia: una mirada marcada por el optimismo, otras por el pesimismo, en cuya base se encuentra la comprensión de la existencia desde un sentido creyente y el otro ateo.

La cuestión del sentido no es una pregunta superficial para el hombre, esta inquietud la lleva inscrita en lo profundo de su ser para responder a la pregunta por el quién es; necesita, a la vez, saber qué sentido tiene “ser lo que es”.

La cuestión del sentido es una pregunta por el sentido de absoluto. No es una pregunta por sentidos mediatos, sino últimos. Esta pregunta por el sentido se revela en un doble aspecto:

a. Tener Sentido: La necesidad del descubrimiento de un sentido ontológico que dé cierta coherencia racional a la vida, bajo la pena de caer en la contradicción, en la depresión óptica y el absurdo.

b. Dar Sentido: El comportamiento humano es consecuencia de su ser y su estructura. Está prefigurando en ella, de modo que el hombre debe obrar fundamentalmente de acuerdo a lo que es, de lo contrario su acción carece de sentido y frustra la posibilidad de plenitud.

Nos encontramos frente a un modo de construir la sociedad, donde la pregunta por el sentido último pertenece al ámbito de lo privado. De esta forma la cultura ofrece formas de bienestar y organización humana, pero no ofrece respuestas de sentido a la pregunta existencial de: ¿Por qué? ¿Para qué?


II. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA FE

LA CULTURA DEL ATEÍSMO PRÁCTICO

Frente a esta complejidad depresiva por el sentido en el que se mueve la sociedad actual, la Fe aparece como una posibilidad de dar sentido, pero es una cuestión que debe estar relegada a la experiencia meramente personal.

Resulta muy interesante ver cómo el proceso sistemático de racionalización llevado a cabo por la modernidad, ha dado como resultado en el campo de la fe, un ateísmo práctico cultural que está presente en el comportamiento fáctico de las personas.
El ateísmo contemporáneo, como en la base de todas las formas de Ateísmo, está presente la comprensión del hombre desde el mismo hombre y por sí mismo. Negar a Dios es reducir totalmente la cuestión humana a una respuesta solamente humana. De esta forma la sociedad intenta comprender y resolver el fenómeno humano “ad intra hominii” (al interior del propio hombre). Esta forma de ateísmo práctico se ha constituido en un fenómeno de masa. Así, más que fruto de una cuestión racional, es producto de una civilización que se encuentra decidida a afrontar los problemas vitales, incluso la muerte, sin necesidad de recurrir a ninguna instancia suprema metaempírica o trascendente.

En este sentido, la Fe no es una respuesta a una necesidad, pues la cultura no tiene necesidad de la Fe porque no tiene necesidad de Dios. El olvido de Dios es una de las grandes características del nuevo modo cultural y social que se tiene al vivir. Esta forma de actitud cultural, no es una arrogancia, sino que surge de un convencimiento profundo de que no existe ninguna realidad salvadora por encima de los hombres y la humanidad. Por tanto el hombre es suficiente para sí.

El ateísmo actual se caracteriza por ser una crítica negativa a toda forma de religión, pues restan libertad a la libertad humana bajo el derecho de un Dios inexistente. Sólo es el hombre el único artífice del propio hombre (Esta antropología se construye sobre la reflexión progresiva del imperio de la razón que fue realizando la filosofía moderna); el hombre queda “encerrado dentro de sí mismo”, el subjetivismo es el único referente (Sartre).

Las formas del ateísmo contemporáneo, según varios autores, se manifiesta en tres grandes grupos:

a. Ateísmo Naturalista: La postura científica donde el método de la ciencia positiva no admite otra realidad que la constituida por los elementos físico-químicos y, por tanto, sujetos de experimentación y comprobación. Por ello, no hay lugar para Dios como realidad en sí misma, pues nada existe que no esté dentro del ámbito de la naturaleza. En este mismo sentido el marxismo, cuyo principio es la materia y la capacidad humana de su transformación, admite a Dios, pues este no es materia, y sólo la materia es existente. No existe la verdad especulativa, sino sólo la práctica. Afirmó Marx: “El hombre, que buscaba un súper-hombre en la realidad fantástica del cielo, encontró en él el reflejo de sí mismo; no se sentirá ya inclinado a encontrar solamente la apariencia de sí mismo, el no-hombre, allí donde lo que busca y debe buscar es su verdadera realidad”.

b. Ateísmo Antropológico: Esta forma de ateísmo brota de la comprensión del hombre y su existencia. La existencia se analiza e interpreta desde la perspectiva del hombre. Es en ella donde se despliega su total libertad, de tal forma que el absoluto es la existencia humana, la que no puede existir como tal experiencia frente a la presencia de un absoluto divino: o es Dios o es el hombre. pero no pueden existir los dos. El hombre sólo existe en la medida que se realiza y no es “nada más que su propia vida”.

c. Ateísmo Ontológico: Esta forma de ateísmo brota desde la comprensión de la realidad. Esta realidad establece al hombre concretar sus ideales. Es el hombre el que modela, a partir de sus pensamientos, el mundo. El hombre es la fuerza transformadora. Dios es una imagen antropomórfica de lo que él es verdaderamente. En él está la fuerza, es el hombre en definitiva su verdadero ser superior.


LA SITUACIÓN DE LA FE

El hombre está en esta nueva época cansado y deprimido existencialmente. Tanto afán apostando por lo absoluto de la razón lo ha hecho olvidar lo primario y fundamental: el sentido de su propia existencia. Encontró, en momentos, atisbos de paz, pero ha hallado más conflictos, guerras y divisiones, verdades corrompidas por los intereses particulares. El hombre contemporáneo se ha olvidado de la fe.

En “Diálogo de Timoteo”, Platón recuerda a los hombres de un continente feliz, la Atlántida, hombres y mujeres de razón emprendedores, pero tan autosuficientes que olvidaron a los dioses. El continente por una decisión del Olimpo desaparece. El hombre puede autodestruirse cuando olvida su condición creatural y temporal en todas las cosas. Él Génesis es manifestación bíblica de esta verdad (Gn 3).


DIFICULTADES DE LA FE EN EL DIÁLOGO CON LA RAZÓN

Este olvido de la fe no es casual. La historia de la modernidad fue relegándola como un conocimiento de lo probable, pero no de lo cierto, hasta hacerla aparecer como un elemento del pensamiento primitivo humano. La fe comenzó a pasar de un conocimiento radical y seductor de la vida a un conocimiento racionalizado y despersonalizado de Dios (Fides et Ratio, 56). La postura contraria fue producir el divorcio entre razón y fe, negándole intervención a la primera en la segunda. Estas formas de fideísmo contribuyeron a formular la fe con un lenguaje críptico desconocedor del lenguaje de los hombres. No podemos olvidar que el espíritu humano se eleva para contemplar la verdad de las dos alas que posee: la razón y la fe (Fides et Ratio).

Los planteamientos de incompatibilidad Fe-Razón llevaron a negar por parte de la razón el carácter razonable de la Fe. A tal punto es razonable la fe, que la razón por un conocimiento natural de las cosas puede llegar a formular la existencia de un ser superior. Siguiendo las enseñanzas clásicas, en este punto, para unir conviene distinguir.

Fe es un don, un regalo de Dios al cual el hombre es invitado adherir. Dios suavemente “mueve” a la persona a acoger la Fe. Por tanto, la Fe no es un producto de la razón. La Fe es producto de la Gracia que Dios mismo da para creer. Nuestra inteligencia es invitada a adherirse a la Verdad formulada por la Revelación.

Pero esta adhesión no es una cuestión que se haga sin participación de la razón. Dios no puede desconocer la razón en el proceso de la Fe, pues la razón es parte de lo que Dios mismo ha creado y que ha puesto como distintivo del ser humano. La Fe no es un salto a ciegas hacia el vacío. Es un salto ciertamente, pero que se da sobre una base de racionalidad: lo que plantea la fe no es una verdad irracional (como tantos antiguos mitos), sino que es una verdad de la Revelación, es Dios mismo. En la fe la libertad juega un rol fundamental.

El “Fides quaren intellectum” de San Anselmo de Cunterbery no es una anulación del misterio, sino un intento siempre insuficiente de comprender la esencia de la Revelación de Dios. La razón actúa adecuadamente cuando tiene algunos principios en ejercicio: el conocimiento no tiene descanso, es ilimitado, no todo es conquista personal, hay una base que es un regalo y es necesario reconocer humildemente la superioridad del misterio de Dios (Fides et Ratio, 18). Así la razón es valorizada, pero no sobrevalorada. En la razón hay una capacidad para superar sus propios límites, pero esto no quiere decir que por ello todo queda sometido a su conocimiento (Fides et Ratio, 20 y 22). Los Padres de la Iglesia y Santo Tomás de Aquino muestran que la Fe no puede temer a la razón, sino que la busca y confía en ella. La Fe supone y perfecciona la razón para elevarse al conocimiento del Creador (Fides et Ratio, 43).

La separación entre Fe y Razón ha sido nefasta (Fides et Ratio, 46). La Fe desprovista de la Razón ha subrayado el sentimiento y la experiencia dejando correr peligro a su condición de universalidad, entrando en el subjetivismo (Fides et Ratio, 48, 53 y 55).

La razón es la actividad que permite el vuelo de todos los progresos humanos, pero como hemos visto puede ser instrumento de autodestrucción. La razón es el acto de la inteligencia humana de emitir un juicio, de hacer relaciones lógicas, determinar probabilidades, calcular, hacer procesos de autoconciencia, análisis, etc. Por estos procesos el hombre se determina y dirige los rumbos de la sociedad y transforma su entorno. La razón sola, con una conciencia subjetivizada reduce todos los conceptos a sí misma. Aquí se comete el error fatal: pensar que es la única luz (Descartes). El olvido que la razón hizo de Dios, ha llevado a desintegrar sus propias construcciones porque la razón en sí, no tiene razones de esperanza absoluta. Lo contingente “per se” no puede ser “per se” respuesta de trascendencia.

Aquí brota el desafío, la urgencia que tiene el cristianismo. Mostrar al hombre un camino de salida. Entregar el mejor antidepresivo: la experiencia de encuentro con la esperanza. Nosotros los cristianos hemos hecho contacto personal con una esperanza única y transformadora del orden imperante: Cristo es el Señor.

Esta es la verdad que ha proclamado la Iglesia y que debe seguir proclamando, pero urge hacerlo con una experiencia personal, que llene de contenido cualquier discurso razonable de la Fe.

Como nunca, se nos hace necesario mostrar a Cristo, dar razones de nuestra Esperanza.

Nuestra Esperanza es razonable: no es un mito hipotético, sino que nuestra Esperanza se ha hecho carne. El concepto de esperanza que maneja la filosofía es muy variado. En general, se entiende como aquel esfuerzo por permanecer anhelante de futuro. Pero en la actualidad o en la próxima actualidad ¿Qué futuro puede esperar el hombre? El mundo se está poblando de futuros inmediatos, el futuro absoluto es una apuesta demasiado ardua y prolongada, pero sólo unos pocos están dispuestos a apostar. La razonabilidad de Nuestra Esperanza que es Cristo, nos urge a expresar la certeza de nuestra espera en categorías que permitan dialogar con el no creyente, con el ignorante de nuestra experiencia de Fe. Urge que el cristiano vaya contagiando al mundo y le hable a éste en su lenguaje acerca de la Esperanza con sentido de absoluto (Fides et Ratio, 104).

Se debe nuestra Esperanza: Cristo como ese camino que hace la praxis del descenso (kénosis). Es profundamente radical el Maestro cuando nos manifiesta que nuestro gozo está en lo que el mundo rechaza; El sufrimiento, el despojo de los bienes, el abandono radical, ¡Qué sabiduría más elocuente es la Cruz!, porque revela un orden distinto, un camino de descendimiento para ascender (1 Co 1, 20.28). El hombre no logra comprender o hacer totalmente razonable el misterio de la cruz. No logra comprender cómo la muerte puede ser fuente de vida y amor. La razón no puede vaciar el misterio de amor que representa la cruz. Cuando la razón acude con formulaciones a priori, llena de prejuicios no puede comprender, se vuelve locura, escándalo. La sabiduría de la cruz supera todos los límites de la cultura y del raciocinio. “La relación entre Fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual pueden encontrarse” (Fides et Ratio, 23).

El hombre sigue en búsqueda aunque pareciera que se ha cansado. El corazón está inquieto por la verdad y no hallará descanso hasta encontrarla. Esta búsqueda requiere de un encuentro existencial serio y razonable. La cultura esotérica emergente es una respuesta inmediata y temporal que cansará nuevamente el corazón del hombre. Es urgente para el cristianismo mostrar al “Ecce Homo”, al verdadero hombre que se entiende desde la cruz, porque su lenguaje es el de la donación sin límites, de la entrega sin reservas; en definitiva la verdad se encuentra en el amor, porque Dios es amor.

“Que venga la esperanza que es Cristo, que pase por aquí, y que las escarchas del abandono de Dios se larguen. Que vuele otra vez el colibrí, que se hinchen en el soplo del Espíritu, las velas, que ruja el motor porque sin esperanza ¿a dónde, qué sentido tiene el amor?”

“Nuestra vida es Cristo”, como nunca esta frase está llamada a ser testimonio de verdad. La caridad exige la casa de la razón, para que contra toda esperanza el hombre espere el sentido final, el único capaz de orientar la marcha de los hombres. La vida tiene sentido cuando se contempla el horizonte definitivo. En medio del dolor y la persecución cuántos entregaron su vida con valentía, heroísmo y sencillez a lo largo de la historia. Sólo nuestro corazón balbucea un no sé qué. La razón puede hacer que este balbuceo del corazón amante pueda ser comprendido por el mundo no creyente, seduciéndola precisamente en lo que siempre ha buscado, sentido de lo absoluto, de lo bueno, lo verdadero y lo bello.